
Es una historia larga, pero como ninguna que hayas escuchado antes. Esta trata sobre un lugar que mora entre las montañas, un lugar donde cosas malas pasan. Y puede que creas saber qué es la maldad, quizás creas que ya lo sabes todo, pero no, porque la verdad es peor que monstruos o el hombre. Al principio estaba molesto cuando me dijeron que nos mudábamos a una pequeña ciudad cerca de las montañas de Ozarks. Recuerdo que me quedé mirando el plato de la cena, mientras escuchaba como mi hermana hacía un berrinche típico de alguien que tiene 14 años. Lloró, rogó y luego maldijo a mis padres. Le lanzó un plato a mi papá y le gritó que todo era su culpa. Mamá le dijo a Whitney que se calmara, pero ella ya se había ido, azotando cada puerta en la casa en su camino hacia la habitación. En secreto, yo también culpaba a mi padre. Había escuchado los rumores. Mi padre había hecho algo malo y el departamento de policía lo había reasignado a un condado escondido y lejano para mantener una buena reputación. Mis padres no querían que yo supiera eso, pero no pudieron evitarlo. Tenía nueve, por lo que no me tomó mucho acostumbrarme a la idea del cambio. Era como una aventura. Una nueva casa, nueva escuela, nuevos amigos. Whitney, por supuesto, sentía todo lo contrario. Mudarse a una nueva escuela a su edad es difícil, y más aún cuando tiene que dejar a su nuevo novio atrás. Mientras el resto de la familia empacábamos nuestras cosas y nos despedíamos, Whitney se la pasaba llorando y amenazaba con huir de casa. Pero un mes después, aparcamos el auto en nuestra nueva casa en Driskin, Missouri. Mi hermana estaba sentada a mi lado, mandando mensajes de texto sin parar. Afortunadamente, nos mudamos durante el verano, por lo que tenía varios meses de vacaciones para explorar libremente la ciudad. Cuando mi papá empezó su nuevo trabajo en la oficina del sheriff, mamá nos llevó en un auto por la ciudad, mostrándonos que era esto y aquello. La ciudad era muchísimo más pequeña que San Luis, pero también más agradable. No había malos vecindarios, y el pueblo entero parecía como aquellos que ves en tarjetas postales. Driskin había sido construido en un valle al pie de las montañas, rodeada por grandes y hermosos bosques, caminos para caminatas y lagos con agua cristalina. Tenía nueve, era el verano, y eso era el paraíso. Apenas llevábamos una semana en Driskin, cuando nuestros vecinos de al lado vinieron a presentarse, el señor y la señora Landy, junto con su hijo de 10 años, Kyle. Mientras nuestros padres hablaban y bebían, yo veía al argirucho y pelirrojo niño de los Landy, que estaba parado en la puerta de entrada. Él observaba tímidamente el PlayStation 2 que tenía en la sala. ¿Quieres jugar? Le pregunté. Se encogió de hombros. No realmente. ¿No quieres? Acaban de comprarme teque en cuatro. Mmm... Kyle miró a su madre, quien ya estaba por su tercer trago. Sí, claro. Y esa tarde, con la facilidad y simpleza que hay a nuestra edad, Kyle y yo nos hicimos mejores amigos. Pasamos las frescas mañanas del verano explorando las montañas, y en las tardes calurosas, en mi casa jugando videojuegos. Luego me presentó a la otra única persona de nuestra edad en el vecindario, una delgada y callada niña llamada Kimber de Estaro. Era tímida, pero amigable, y siempre dispuesta a todo. Kimber se llevaba tan bien con nosotros que rápidamente se convirtió en la tercera rueda de nuestro triciclo. Con mi padre en el trabajo todo el día, mi madre ocupada con sus nuevas amistades y mi hermana siempre encerrada en su habitación, el verano estaba ahí para nosotros, esperando que lo conquistáramos. Y así lo hicimos. Kyle y Kimber me mostraron dónde estaban los mejores caminos para escalar las montañas, qué lagos eran los mejores y más accesibles en bici y cuáles eran las tiendas más baratas de la ciudad. Para cuando llegó el primer día de clases en septiembre, ya me había dado la idea de que ese lugar era mi hogar. El último sábado antes de entrar a la escuela, Kyle y Kimber me dijeron que me llevarían a un lugar especial donde jamás había estado, el árbol triple. ¿Qué es eso? Pregunté. Es una increíble y enorme casa del árbol, dijo Kyle emocionado. Sí, claro, Kyle. Vamos, chicos. Si de verdad existiera un lugar así, ya me lo habrían mostrado. Nah, nope, dijo Kyle sacudiendo la cabeza. Hay una ceremonia para los primerizos. Kimber asintió ansiosamente. Sus rizos de color anaranjado oscuro rebotaban de sus pequeños hombros. Sí, es cierto Sam. Si entras a la casa sin la ceremonia adecuada, desaparecerás y luego morirás. Sin duda, pensé que solo querían burlarse de mí. Esa es una mentira, me están mintiendo. No, claro que no, insistió Kimber. Exacto, te enseñaremos. Solo necesitamos un cuchillo para la ceremonia y luego iremos. ¿Qué? ¿Para qué necesitan un cuchillo? ¿Es una ceremonia de sangre? murmuré. Para nada, prometió Kimber. Solo vas a decir unas palabras y a marcar tu nombre en el tronco del árbol triple. Así es, solo te llevará un minuto, agregó Kyle.ç
Aquí está el texto con saltos de párrafo y diálogos:
Es una historia larga, pero como ninguna que hayas escuchado antes. Esta trata sobre un lugar que mora entre las montañas, un lugar donde cosas malas pasan. Y puede que creas saber qué es la maldad, quizás creas que ya lo sabes todo, pero no, porque la verdad es peor que monstruos o el hombre.
Al principio estaba molesto cuando me dijeron que nos mudábamos a una pequeña ciudad cerca de las montañas de Ozarks.
Recuerdo que me quedé mirando el plato de la cena, mientras escuchaba como mi hermana hacía un berrinche típico de alguien que tiene 14 años. Lloró, rogó y luego maldijo a mis padres. Le lanzó un plato a mi papá y le gritó que todo era su culpa. Mamá le dijo a Whitney que se calmara, pero ella ya se había ido, azotando cada puerta en la casa en su camino hacia la habitación.
En secreto, yo también culpaba a mi padre. Había escuchado los rumores. Mi padre había hecho algo malo y el departamento de policía lo había reasignado a un condado escondido y lejano para mantener una buena reputación. Mis padres no querían que yo supiera eso, pero no pudieron evitarlo. Tenía nueve, por lo que no me tomó mucho acostumbrarme a la idea del cambio. Era como una aventura. Una nueva casa, nueva escuela, nuevos amigos.
Whitney, por supuesto, sentía todo lo contrario. Mudarse a una nueva escuela a su edad es difícil, y más aún cuando tiene que dejar a su nuevo novio atrás. Mientras el resto de la familia empacábamos nuestras cosas y nos despedíamos, Whitney se la pasaba llorando y amenazaba con huir de casa. Pero un mes después, aparcamos el auto en nuestra nueva casa en Driskin, Missouri. Mi hermana estaba sentada a mi lado, mandando mensajes de texto sin parar.
Afortunadamente, nos mudamos durante el verano, por lo que tenía varios meses de vacaciones para explorar libremente la ciudad.
Cuando mi papá empezó su nuevo trabajo en la oficina del sheriff, mamá nos llevó en un auto por la ciudad, mostrándonos que era esto y aquello. La ciudad era muchísimo más pequeña que San Luis, pero también más agradable. No había malos vecindarios, y el pueblo entero parecía como aquellos que ves en tarjetas postales. Driskin había sido construido en un valle al pie de las montañas, rodeada por grandes y hermosos bosques, caminos para caminatas y lagos con agua cristalina.
Tenía nueve, era el verano, y eso era el paraíso. Apenas llevábamos una semana en Driskin, cuando nuestros vecinos de al lado vinieron a presentarse, el señor y la señora Landy, junto con su hijo de 10 años, Kyle.
Mientras nuestros padres hablaban y bebían, yo veía al argirucho y pelirrojo niño de los Landy, que estaba parado en la puerta de entrada. Él observaba tímidamente el PlayStation 2 que tenía en la sala.
— ¿Quieres jugar? —Le pregunté.
— Se encogió de hombros. —No realmente.
— ¿No quieres? Acaban de comprarme teque en cuatro.
— Mmm... —Kyle miró a su madre, quien ya estaba por su tercer trago. —Sí, claro.
Y esa tarde, con la facilidad y simpleza que hay a nuestra edad, Kyle y yo nos hicimos mejores amigos. Pasamos las frescas mañanas del verano explorando las montañas, y en las tardes calurosas, en mi casa jugando videojuegos. Luego me presentó a la otra única persona de nuestra edad en el vecindario, una delgada y callada niña llamada Kimber de Estaro.
Era tímida, pero amigable, y siempre dispuesta a todo. Kimber se llevaba tan bien con nosotros que rápidamente se convirtió en la tercera rueda de nuestro triciclo.
Con mi padre en el trabajo todo el día, mi madre ocupada con sus nuevas amistades y mi hermana siempre encerrada en su habitación, el verano estaba ahí para nosotros, esperando que lo conquistáramos. Y así lo hicimos.
Kyle y Kimber me mostraron dónde estaban los mejores caminos para escalar las montañas, qué lagos eran los mejores y más accesibles en bici y cuáles eran las tiendas más baratas de la ciudad. Para cuando llegó el primer día de clases en septiembre, ya me había dado la idea de que ese lugar era mi hogar.
El último sábado antes de entrar a la escuela, Kyle y Kimber me dijeron que me llevarían a un lugar especial donde jamás había estado, el árbol triple.
— ¿Qué es eso? —Pregunté.
— Es una increíble y enorme casa del árbol, —dijo Kyle emocionado.
— Sí, claro, Kyle. —Vamos, chicos.
— Si de verdad existiera un lugar así, ya me lo habrían mostrado.
— Nah, nope, —dijo Kyle sacudiendo la cabeza. —Hay una ceremonia para los primerizos. —Kimber asintió ansiosamente. Sus rizos de color anaranjado oscuro rebotaban de sus pequeños hombros.
— Sí, es cierto Sam. Si entras a la casa sin la ceremonia adecuada, desaparecerás y luego morirás.
— Sin duda, pensé que solo querían burlarse de mí. —Esa es una mentira, me están mintiendo.
— No, claro que no, insistió Kimber.
— Exacto, te enseñaremos. Solo necesitamos un cuchillo para la ceremonia y luego iremos.
— ¿Qué? ¿Para qué necesitan un cuchillo? ¿Es una ceremonia de sangre? —murmuré.
— Para nada, prometió Kimber. —Solo vas a decir unas palabras y a marcar tu nombre en el tronco del árbol triple.
— Así es, solo te llevará un minuto, —agregó Kyle.
—¿Y en verdad es tan genial esa casa? —pregunté.
—Oh, sí —respondió Kyle.
—Está bien, supongo que entonces lo haré.
Kyle insistió en conseguir el mismo cuchillo que él usó durante su ceremonia, pero pagaríamos un precio por obtenerlo. La señora Landy estaba en su casa con su hijo más pequeño, Parker, y a pesar de todas las objeciones de Kyle, su madre insistió en que llevara a su hermano de 6 años.
—Mamá, vamos a la casa del árbol, es solo para niños grandes, Parker no puede ir. No me importa si van a ver un maratón del exorcista —se quejó Kyle.
—Vas a llevarte a tu hermano. Necesito un descanso, Kyle. ¿No puedes entender eso? Además, estoy segura de que a tus amigos no les molestará. ¿Verdad, niños? —nos miró con una mirada rápida y amenazante.
—No, para nada —contestamos al unísono, Kyle dejó salir un largo y dramático suspiro y luego llamó a su hermano.
—¡Ay! ¡Parker, ponte los tenis, nos vamos!
Había conocido al más joven de los Landy ya varias veces con antelación, y había descubierto que era bastante diferente a su hermano, tanto en apariencia como en disposición. Mientras que Kyle era salvaje, explosivo, Parker era un niño más ansioso y nervioso, con ojos pequeños y el cabello castaño oscuro.
Montamos nuestras bicicletas y llegamos a un camino no muy conocido a unos cuantos kilómetros de distancia. Recuerdo que semanas antes había preguntado a donde llevaba ese camino y Kyle me había dicho sin mucha emoción que a ningún lugar interesante. Nos detuvimos en un cartel que decía "Borde Oeste de la minera de Prescott".
—¿Por qué hay tantos caminos por aquí con el nombre Prescott? —pregunté—. ¿Es acaso la montaña Prescott o algo así? ¿Quién vendió?
—No, tonto, es por los Prescott, tú sabes, la familia que vive en aquella mansión por Fairmont. El señor Prescott y su hijo Jimmy son dueños de la mitad de comercios en el poblado. Más de la mitad —agregó Kyle.
—¿Como cuáles? ¿Poseen la tienda de videojuegos? —pregunté, interesado.
—De esa no estoy seguro —contestó Kyle, mientras rodeaba las bicis con un candado y luego hacía girar los números de la combinación—. Pero tienen la ferretería, la farmacia, el restaurante Gliton en la segunda avenida y el diario local.
—¿Acaso fundaron la ciudad? —pregunté, impresionado.
—Nah, la minería de la montaña hizo que se creara una ciudad. Creo que ellos...
—¡Quiero ir a casa! —interrumpió Parker, quien había estado tan callado que olvidé que estaba con nosotros.
—¡No puedes ir a casa! —respondió Kyle haciendo un gesto de exasperación—. Mamá dijo que tengo que cuidarte, así que ven, solo serán como tres kilómetros de caminata.
—Quiero llevarme la bici.
—Pues mala suerte, saldremos del camino.
—No quiero ir, me quedaré a cuidarlas.
—No seas un cobarde.
—No lo soy —objeto Parker.
—Lo siento, tienes seis —le sonrió Kimber.
Fue una mala decisión, pues no pude contener el alcohol en mi boca y escupí una porción sobre mi playera. Ahora voy a oler a cerveza.
Pasamos la siguiente hora y media tomando de las dos latas y con el tiempo el sabor se hizo más tolerable. No podía decir con certeza si ya me estaba convirtiendo en un hombre o me estaba poniendo ebrio. Esperaba que fuera lo primero.
Cuando la última gota de cerveza fue consumida, pasamos 20 minutos haciendo pruebas para ver si estábamos borrachos. Kyle aseguraba que al menos él sí lo estaba. Kimber no estaba segura. Yo tampoco creo que lo estuviera, aunque fallé en todas las pruebas.
Kimber estaba recitando el alfabeto hacia atrás, cuando un sonido metálico y muy fuerte penetró como un disparo en el ambiente tranquilo y silencioso de la montaña. Ella dejó de hablar y pasamos unos minutos mirándonos entre nosotros, esperando a que el sonido se disipara. Parker se acurucó junto a Kimber y se tapó fuertemente las orejas.
Después de lo que parecieron diez minutos, el sonido por fin había cesado, tan repentinamente como emergió.
—¿Qué fue eso? —pregunté.
Parker hundió su rostro en la sudadera de Kimber mientras murmuraba algo.
—¿Lo saben? —intenté de nuevo.
Kimber tenía una mirada dubitativa.
—¿Y bien?
—Nada —respondió al fin Kyle—. Lo escuchamos de vez en cuando en la ciudad. No es para tanto, solo que aquí se escucha más fuerte.
—¿Pero qué hacía ese ruido? —pregunté, intrigado.
"Borrasca", susurró Kimber con la misma mirada en sus ojos.
—¿Quién es ese?
—No quién, sino ¿dónde? —aclaró Kyle—. Es un lugar.
—¿Otra ciudad o...?
—No, es un sitio en algún lugar de los bosques —explicó Kyle.
—Cosas malas suceden ahí —dijo Kimber, más para sí misma que para mí.
—¿Cómo qué? —pregunté, ansioso por saber más.
—Cosas malas —repitió Kimber, enigmática.
—Sí, nunca intentes encontrarlo, amigo, o cosas malas comenzarán a pasarte —añadió Kyle.
—Pero ¿qué clase de cosas malas? —insistí.
Kyle se encogió de hombros y Kimber se dirigió a la escalera.
—Mejor nos vamos, tengo que regresar a casa con mamá —dijo ella.
Bajamos uno por uno y comenzamos la caminata hacia las bicicletas, acompañados de un silencio inusual. Me moría de curiosidad por saber más de Borrasca, pero no estaba seguro de si debería o qué cosas preguntar.
—Así que... ¿Quién vive allá? —pregunté finalmente, tratando de romper el silencio.
—¿Dónde? —preguntó Kyle.
—En Borrasca —aclaré.
—Los hombres sin piel —respondió Parker, con una expresión seria en su rostro.
—Pff, reó Kyle—. Solo los bebés creen en eso.
—Es lo que dicen algunos niños, pero la mayoría de nosotros dejamos de creer en eso cuando nuestra edad está marcada por dos dígitos —añadió Kimber, aunque sin mucha convicción.
Miré a Kimber, quien tenía nueve años como yo, pero ella observaba el suelo, ignorándonos. Ese fue el final de la conversación.
Afortunadamente para cuando llegamos a nuestras bicicletas, el momento incómodo se había acabado y reíamos ya que nos preguntábamos si estábamos demasiado ebrios como para conducir.
Las clases comenzaron dos días después y me había olvidado por completo de Borrasca. Cuando mi padre me llevaba a la escuela, se detuvo a la vuelta de la calle y cerró con seguro las puertas antes de que bajara.
—¡No tan rápido! —rió.
—Como tu padre, tengo el privilegio de abrazarte y de desearte un grandioso primer día de clases.
—¡Pero papá! Tengo que encontrarme con Kyle en la estabandera antes de que suene la campana.
—Y lo harás. Pero dame un abrazo primero. En unos cuantos años conducirás por tu cuenta a la escuela. Déjame ser tu padre mientras aún puedo.
—De acuerdo —dije exacerbadamente y me incliné hacia mi padre para un rápido abrazo—. Gracias.
—Ahora ve con tu amigo. Tu mamá estará aquí a las 3.40 para llevarte a casa.
—Lo sé, papá. ¿Por qué no puedo tomar el autobús como Whitney?
—Cuando tengas 12 podrás hacerlo. Sonrió y quitó el seguro—. Hasta entonces, puedo dejarte en las mañanas. Si crees que te hará lucir más genial, dejaré que vayas atrás, donde subo a los arrestados.
—Papá... Simplemente no.
Abrí la puerta rápidamente y me alejé antes de que pudiera decirme algo más. Sólo escuché cómo se reía un poco antes de marcharse.
Kyle y Kimber me esperaban por la bandera.
—¡Amigo, casi es hora! —me gritó Kyle al verme.
—Lo sé, perdón. ¿En qué clase estás? —inquirió Kimber.
Traía puesto un suéter rojo y leggings con diseño de ranas. Su cabello rizado y rojizo estaba peinado en coletas y sus labios pintados de un rosa brillante. Jamás había lucido tan linda. Y estaba sorprendido de que nunca había visto antes a Kimber como a una niña.
—Ah, sí. La clase del señor Diamante. Yo también —dijo alegremente.
—¡Qué suerte! —se quejó Kyle—. Estoy con la señora Tverdy. Sólo hay dos maestros de cuarto y me toca la más horrible.
Kimber hizo una mueca.
—Sí, a mi madre le dio clases cuando aún era niña.
—¿Y qué dijo ella?
—Sólo que es muy estricta y que encarga tarea los fines de semana.
—¿Los fines de semana? ¡Mierda! —exclamé, sin poder contenerme.
—Discúlpeme, señorito Landy. —Inmediatamente reconocí aquel hombre tan alto que apareció detrás de la hora pálido Kyle—. Lo siento señor, quise decir rayos.
Kimber reprimió una risa.
—Seguro que sí —asintió el sheriff Clary, el alguacil del pueblo—. Hola, Sammy, ¿emocionado por tu primer día?
El sheriff cruzó sus brazos y asumió una postura autoritaria, pero compartía una gran sonrisa.
—Sí, señor —dije y luego agregué—. ¿Qué hace por aquí?
—Voy a dar una plática al quinto y sexto grado acerca de seguridad personal cuando caminen de regreso a casa.
—Sí, la da cada año —susurró Kyle.
—Cool —sonreí.
El sheriff Clary asintió con la cabeza para luego darse la vuelta e irse.
Miré a mi alrededor confundido.
—¿Dónde está Kimber?
—Ya se fue. Es muy quisquillosa con la puntualidad.
Y como si alguien quisiera probar su punto, la campana sonó inmediatamente. Ambos fuimos hacia adentro del edificio.
Entré al salón de clases y vi que Kimber me había guardado un lugar junto a ella. El señor Diamante era pequeño y redondo, tendría más o menos 40 años.
—¡Bienvenido a la escuela primaria de Driskin y al resto de ustedes bienvenidos de vuelta! —dijo, entusiasta—. ¡Vamos, grizzlies! —la clase repitió un poco a su pesar la última frase del profesor.
Durante la mañana, Kimber me presentó a los demás niños del salón. La mayoría de ellos era agradable, aunque no se veían muy impresionados por mi llegada. Me saludaban, preguntaban de dónde era, etc., y las conversaciones terminaban con un "ok", muy neutral.
Un grupo de niñas que se sentaba cerca del frente se la pasaron toda la mañana dándonos vistazos, y luego soltaban una risita apagada. Le pregunté a Kimber quiénes eran, pero simplemente se encogió de hombros.
Durante el segundo descanso, ellas se acercaron conmigo.
—¿Acaso eres amigo de Kimber de Estaro? —preguntó una niña alta y de cabello negro.
—Sí —contesté, y volteé a ver a Kimber. Ella me veía preocupada.
—¿Eres su familiar?
—No.
—Eso creí. No eres pelirrojo.
Yo no sabía qué más decir.
—No tienes que ser su amigo, ¿sabes? —dijo otra de ellas, la que tenía una cara extrañamente redonda.
—Quiero ser su amigo.
Una tercera niña que estaba detrás estornudó. Tenía un cabello castaño muy lindo, pero una nariz con la punta un poco hacia arriba.
—Bien, si eres su amigo, estarás en el grupo de los "niños feos" —advirtió la primera niña—. Y una vez que estás en ese grupo, no puedes dejarlo.
—Mejor que estar en el grupo de las perras —contesté molesto.
Nariz fea y cara redonda soltaron un suspiro, pero cabello negro sonrió.
—Ya veremos —dijo ella y las tres regresaron a sus asientos.
Volvió junto a Kimber sintiéndome verdaderamente genial. Era la primera vez que decía una mala palabra enfrente de alguien que no fueran mis amigos.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Kimber nerviosa.
—Dijeron que eras demasiado bonita como para acercárteles, las harías lucir asquerosas, así que pidieron que te alejaras de ellas.
—Mentiroso —contestó Kimber, pero se notaba que sonreía.
Nos encontramos con Kyle en la cafetería durante el almuerzo y no tenía más que cosas malas para contar acerca de su mañana. La señora Tverdy era vieja y malvada. Hizo que todos pasaran al frente para que dijeran algo acerca de ellos mismos, a pesar de que la clase solo tenía 14 niños y ya todos se conocían.
Cuando sonó la campana que daba por finalizado el almuerzo, fui con Kyle a tirar mi basura y me topé con un niño que jamás había visto.
—Hey, ¿eres Sam Walker? —me preguntó.
—Así es.
—Oh, tu hermana está saliendo con mi hermano.
—¡Oh cielos! —cerró Kyle.
—Tu hermana está saliendo con un Whittiger.
—¡Cállate, Kyle! —se quejó el niño.
—¡Ahora será Whitney Whittiger! —añadí.
A pesar de que fuera divertido, no podía evitar sentirme sorprendido. No había visto a Whitney salir de su habitación durante el verano, ni una sola vez.
—¿A dónde se conocieron? —le pregunté.
—No lo sé. Probablemente en el trabajo de mi hermano.
—¿Dónde?
—En un autolavado. No tenía mucho sentido para mí, pero no me importó. Aunque sí recuerdo que mi madre le daba tareas triviales a mi hermana solo para sacarla de la casa de vez en cuando. Tales como lavar el auto o hacer unas cuantas compras. Quizás se conocieron en una de esas ocasiones y continuaron su relación con mensajes de texto o yo que sé. Los adolescentes son raros.
El resto de la semana fue casi igual al primer día. Era bien entrado el primer mes de clases cuando volví a escuchar sobre los hombres sin piel. Estábamos en el patio al aire libre. Kyle y yo intentábamos hacer una fogata con dos trozos de madera que encontramos. Acababa de hacerme una ampolla frotando una vara, cuando un sonido metálico surgió de la nada e inundó todo el patio, callando a todos los niños presentes.
— Borrasca, dije impactado.
— Sí, asintió Phil Sanders. Otra vez los hombres sin piel.
— Oye, Kyle dijo que solo los bebés creen en ellos. Lanceé una mirada acusadora a Kyle.
— Así es, pasa que Phil es estúpido.
— No lo soy, pregúntale a Daniel, ella los ha visto.
Phil barrió el patio con la mirada y luego le gritó a una niña rubia que hablaba con nariz fea. - Hey, Daniel, ven un poco.
La rubia hizo un gesto de fastidio, pero vino casi a brincos de todas formas.
— ¿Qué es lo que quieres? Ya te lo dije, no le gusta a Zacaela, Philip.
— No es eso, cuéntale sobre los hombres sin piel. Y señaló hacia las montañas, de donde provenía aquel arrastrante sonido metálico. Tú diles.
— No, tú los viste, así que tú hazlo.
— Yo no los vi, fue Paige.
— Oh, dijo Phil y un silencio incómodo cayó sobre nosotros.
— Ustedes son raros, dijo Daniel. Luego echó su cabello hacia atrás en un gesto despectivo hacia nosotros y se fue.
— ¿Quién es Paige? Pregunté cuando la niña se había alejado.
— Su hermana, respondió Kyle.
— Paige desapareció cuando todos teníamos cinco años, añadió Kyle.
— Así es, pasó después de que viera a los hombres sin piel, finalizó Phil.
Los sonidos de la montaña terminaron abruptamente y la tranquila atmósfera del patio con ellos. Cuando la campana sonó, Kyle se alineó junto a su clase. Dado que Phil estaba en la mía, me aseguré de ponerme detrás de él.
Los maestros comenzaron a contarnos.
— Dime, ¿qué más sabes sobre Borrasca? Le susurré a Phil.
— Mi hermano dice que ahí es a donde va la gente cuando desaparece.
— ¿Y luego qué le sucede?
— Cosas malas, contestó, y cuando le pregunté qué significaba eso, me tapó la boca con el dedo.
El año siguió su curso, y no fue sino hasta vacaciones de invierno que volví a escuchar la maquinaria de Borrasca. Era diciembre y había una gruesa capa de nieve en el suelo, la cual solo servía para amplificar el sonido que venía desde la montaña. Me quedé sentado en mi habitación varios minutos pensando en qué estará sucediendo en aquel lugar donde cosas malas pasan.
Vi a través de mi ventana cómo se estacionaba la patrulla de mi padre, así que bajé las escaleras para recibirlo. Al pasar por enfrente del cuarto de mi hermana, escuché aquella fastidiosa risita juvenil y me estremecí. Esperaba que Kimber no se convirtiera en algo así.
— ¡Papá!
Patiné un poco en el suelo después de saltarme los últimos escalones. Mi padre se sacudió la nieve de sus botas al abrir la puerta y extendió sus brazos hacia mí.
— ¡Sammy! ¿Cuántos años han pasado? Bromeó. Tenía parte de verdad. No había visto mucho a mi padre últimamente, ya que se la pasaba en el trabajo.
— ¿Haciendo qué?
Ni idea, pues era la ciudad más tranquila y aburrida del mundo. Mamá pensaba que el sheriff se pasaba capacitando a mi padre, pues Clary se estaba haciendo viejo para ese trabajo.
— Oye, papá, ¿escuchaste eso? Los sonidos como de maquinaria.
— Sí, los escucho de vez en cuando en la ciudad. ¿Sabes qué los provoca?
— Le pregunté al sheriff y me dijo que el ruido proviene de una propiedad privada arriba en las montañas Ozarks. ¿La propiedad se llama Borrasca?
— ¿Dónde escuchaste eso?
— Me encogí de hombros. Algunos niños de la escuela lo mencionan.
— Bueno, no es nada por lo que debas preocuparte, Sammy. Quizás solo sea equipo de tala de árboles. ¿Pero a qué lugar se llama Borrasca? ¿Has escuchado ese nombre antes?
— No, nunca.
Se quitó las botas y también el abrigo. Sabía que lo estaba perdiendo, pues comenzaba a desviar su mirada hacia la cocina.
— ¿Has escuchado de los hombres sin piel? Pregunté rápidamente.
— ¿Hombres sin piel? Cielo santo, Sam. ¿Acaso tu hermana te está contando estas historias?
— No, contesté, pero ya no me prestaba atención.
— ¡Whitney! Gritó.
— No, papá, ella ni siquiera me dirige la palabra, repetí. Escuché cómo se abría su puerta y la vi dando una mirada acusadora con su teléfono en mano.
— ¿Estás tratando de asustar a tu hermano?
— Papá, no, dije de nuevo.
— Whitney me fulminó con su mirada. ¿Es en serio? Como si quisiera desperdiciar mi tiempo. ¿No le cuentas historias sobre hombres sin piel?
— Papá, que no. Te dije que escuché sobre ella en la escuela.
— Whitney hizo un gesto como si quisiera decir, ¿Ves?
— De acuerdo, pero ustedes dos tienen que empezar a llevarse.
Estaba tan sumido en su monólogo y riéndome de sus chistes, que para cuando terminó, me di cuenta de que en realidad sí había aprendido algo. Tanto, que me sentí tentado a preguntar algo, a pesar de que Kyle me advirtió que hacerlo era el equivalente a cometer un suicidio social.
— El señor Prescott contestó varias preguntas antes de notar mi mano alzada en la parte trasera. Si, tu allá en el fondo.
— Ah, señor Prescott, ¿por qué cerraron las minas? ¿Qué pasó?
— Muy buena pregunta jovencito, ¿cuál es tu nombre?
— Ah, Sam Walker.
— Ah, me parece que ya conocí a tu padre el otro día en la oficina del sheriff. ¡Bienvenido a Driskin! En cuanto a tu duda, la mayoría de las minas cerraron en 1951, después de un largo tiempo sin productividad. Las montañas se habían quedado sin recursos, las refinerías y molinos fueron abandonados y la ciudad sufrió económicamente por años. Los mineros y sus familias se mudaron, las tiendas quebraron, escuelas cerraron y Driskin se convirtió en un pueblo fantasma. Ese hubiera sido el final de todo, si no hubiera sido por algunas familias necias a rendirse, como la mía. Nos negamos a dejar la ciudad, y después de muchos arduos años de trabajo, Neskin se convirtió en el pintoresco y pequeño paraíso escondido entre las Ozarks que es hoy. Espero que eso resuelva tu duda.
Regresé a mi asiento, y Kyle meneó su cabeza desaprobando lo que acababa de hacer.
— Hermano, la asamblea duró otros aburridos 15 minutos, llenos de preguntas y respuestas incómodas, hasta que finalmente la señora Teverdi la dio por finalizada. Nos dejaron libres y fuimos a la cafetería para esperar nuestros almuerzos.
— Eso fue tan aburrido... se quejó Kyle. ¿Cuándo van a entender que a nadie le importa la historia de Driskin? En serio, me quedé dormido como tres veces.
Kimber me empujó un poco. A Sam parece interesarle. Solo quería saber sobre las minas. Son escalofriantes, eso es todo.
— Sí, pero las minas fueron detonadas, ya no puedes ir a ellas, argumentó Kyle.
— ¿Detonadas? Kimber asintió con la cabeza. Unos niños murieron después de ir a las minas, así que el ayuntamiento hizo explosiones controladas para que colapsaran los túneles. Al menos eso es lo que dijo mi madre. Pero lo echaron a perder, pues creo que contaminaron el agua que bajaba por las montañas.
— ¿Qué? ¿Cómo sabes eso? preguntó Kyle.
Kimber se encogió de hombros. Escuché a mi padre hablar de ello.
— ¿Usaron C4 o algo así? supuse.
— Así que todos bebimos esa agua que tiene explosivos, por lo que podríamos explotar en cualquier momento, gritó Kyle.
— ¿Crees que eso le pasó a la gente desaparecida? le pregunté.
— Estaban sentados por ahí cuando de repente... ¡BOOM! exclamó Kyle.
"¡Así es, amigo!" dijo Kyle mientras me tomaba por los hombros. "Y de ahí es de donde provienen los hombres sin piel."
Fingía una cara de inmenso asombro, como si mi cerebro hubiera explotado por la gran revelación, y los tres reímos a carcajadas.
"Sí que son tontos," dijo Kimber, pero luego comenzó a reír cuando Kyle cayó al suelo, fingiendo que había explotado.
Recuerdo que en ese instante era feliz. Allí en Driskin, Missouri, al lado de esas dos personas, feliz como jamás lo estuve en mi vida. Ese fue el último momento de felicidad que tuve en la vida.
En menos de una hora, el teléfono del señor Diamante sonó y él intercambió unas cuantas palabras en silencio con la persona del otro lado de la línea. Sus ojos se dirigían hacia mi pupitre de vez en cuando. Colgó y me llamó. Me dijo que mi madre estaba esperándome en la oficina y que me iría a casa por lo que quedaba del día. Intercambió una mirada de confusión con Kimber. Luego tomé mi mochila y me dirigí hacia la oficina.
Al llegar, vi a mi madre llorando. El camino a casa estuvo sepultado por el silencio. Tenía mucho miedo como para preguntar qué sucedía. Mi madre aparcó una cuadra antes de la casa, la cual estaba rodeada de varias patrullas. Esperé una explicación, pero nunca vino, por lo que rompí el silencio.
"¿Es papá?" pregunté silenciosamente, aguantando mis lágrimas.
"No, querido. Tu padre está bien," susurró.
"Entonces, ¿qué pasó? Whitney jamás llegó a la escuela hoy," su voz sonaba quebrada.
"Oh, no, mamá. Creo que en realidad se saltó clases," dije rápidamente. "La vi salir de casa esta mañana. Muy temprano, como a las seis. Y estaba con sus amigos. Peter, Whittiger y aquel chico Taylor."
"Ya sabemos eso, Sam. Pero ellos llegaron a la escuela, sin Whitney. Dijeron que ella quería pasar por una tienda cerca de una carretera, por lo que la dejaron ahí. Y nadie la ha visto desde entonces."
"Bueno..." mi cerebro trataba desesperadamente de dar una explicación
"Pues, escuché que Whitney tenía un novio, un chico llamado Pete Whittiger con el que ha estado saliendo, y los vi a ellos, junto con Taylor Dranger, irse de casa esta mañana, antes de que yo me fuera. ¿A qué hora se fueron?" preguntó el sheriff.
"No estoy seguro. Antes de las seis," concordé conmigo.
"Eso encaja con el testimonio de Taylor Dranger y Pete," mi padre asumió su rostro en sus manos. Me di cuenta de que lo había decepcionado. Pero, agregué apresuradamente, "No creo que regresara a San Luis, porque ella ya tiene un novio aquí. Y no creo que quisiera su novio de allá otra vez."
"Entiendo eso, hijo. Pero la mente de los adolescentes es algo complicada. Mis oficiales están tratando de localizar a la familia del muchacho," Clary dio una mirada de complicidad a mi padre. "Ahora, ¿por qué no vas a tu habitación y nos dejas trabajar, Samuel?" dijo mi padre.
Lo miré sorprendido. "¿Qué? ¡No! Quiero quedarme aquí abajo. ¿Puedo ayudar?"
"No hijo, no hay nada más que puedas hacer aquí. Has sido un buen hermano. Ahora deja que nos encarguemos de esto. Pero puedo ayudar. Ya lo has hecho. ¡Papá!"
Después de un breve silencio, agregó. "A tu habitación Sam. ¡Papá! Ahora." Estaba tan furioso que hice lo único que podía hacer para desquitarme, subir a pisotones los escalones hasta mi habitación y azotar mi puerta al entrar. Me quedé sentado sobre mi cama, desanimado. Luego vinieron las lágrimas y me recosté. No podía evitar sentirme inútil y asustado por el bienestar de mi hermana. Medité sobre los lugares en los que Whitney podría estar. ¿Se encontraba asustada? ¿Sola? ¿Muerta?
Cuando el sol comenzaba a esconderse, me levanté de la cama y fui hacia mi computadora para revisar mi correo. Imaginaba que estaría lleno de mensajes de Kimber y Kyle, preocupados, pero solo había uno. "¿Acaso fue a la casa del árbol?" Es lo que decía. Me quedé en silencio por un rato, simplemente observando la pantalla.
Aquellas palabras que dijo Kimber durante el verano resonaron en mi mente. "Si entras a la casa del árbol sin la ceremonia apropiada, desaparecerás y morirás." No me creía que Whitney había ido a tal tiempo en la mañana. Y en especial, no me creía aquella teoría de ella fugándose de la ciudad. Nada de lo que estaban diciendo allá abajo tenía sentido. Al menos, para los que conocían a mi hermana. Pero esto quizás sí. Quizás ella y su novio habían ido a la casa del árbol para besarse o algo. Y puede ser que él la dejara ahí. Tal vez se perdió de regreso. O los hombres sin piel la encontraron. Eso es lo que más me temía.
No tuve dificultades al escabullirme de casa, pues los oficiales estaban demasiado ocupados con mis padres como para prestarme atención. Saqué a escondidas mi bicicleta de la cochera y la monté hacia el viejo camino del oeste. Cuando llegué ahí, vi dos bicicletas más estacionadas y aseguradas por un candado. Mis dos mejores amigos estaban sentados al lado de ellas.
"Sabía que vendrías," dijo Kyle mientras acomodaba mi bici.
Kimber corrió a abrazarme. "Lo siento mucho, Sam." No había realmente nada que pudiera responder. Y ella tampoco insistió más. Kimber me tomó del brazo y comenzamos la andada. El silencio entre nosotros era notable, pero cómodo.
Avanzamos por la nieve mientras trataba de localizar algún rastro de huellas adicionales a las nuestras, pero la nieve cayó demasiado rápido, posiblemente borrando cualquier rastro. La subida fue más difícil que la última vez, pero al tener por fin el fuerte ámbercote a la vista, me sentí un poco reconfortado.
El sol cada vez se ocultaba más y no habíamos llevado linternas. Caí cuando intenté correr hacia el árbol, gritando el nombre de mi hermana la Intemperie. Kyle, quien iba detrás de mí, dio un salto increíble hacia la escalera y subió con agilidad los peldaños colgantes. Yo seguí llamando a mi hermana y esperaba que en cualquier momento, Kyle gritara desde arriba que la había encontrado. O al menos que había señas de que estuvo ahí.
Entonces, escuché la tranquila voz de Kimber, quien me llamaba al pie del árbol. Corrí hacia ella y seguí la dirección de su mirada, solo para confirmar lo que me temía. Ahí lo vi, recientemente tallado en una parte alta del tronco su nombre, Whitney Walker. Mi respiración se congelaba, mi vista se nublaba, y unas lágrimas no bienvenidas comenzaron a derramarse por mis mejillas. Y mientras el sol daba un último respiro, antes de sumirse por completo en el oscuro horizonte, un ensordecedor y metálico sonido cantó desde lo más profundo del bosque, derramándose por las montañas.